17 Dom Lorenzo Ibañez“Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb 10, 7).

Nació en Cubillejo de Lara (provincia y archidiócesis de Burgos), el 11 de septiembre de 1911. Estudió en El Pueyo los cursos de Humanidades, pasando después al Monasterio de Belloc (Francia), donde realizó el Noviciado. Allí mismo, el 15 de agosto de 1928 emitió los votos temporales, para El Pueyo, y ante su Prior, el P. Román Ríos, quien años después, el 15 de septiembre de 1932, lo recibió a los votos solemnes. Finalmente, fue ordenado de subdiácono, el 5 de julio de 1936.

El P. Ríos, que fue durante muchos años su Prior, lo califica de monje “humilde y piadoso”. Aparte de sus horas dedicadas a los estudios, su complexión fuerte y robusta, le permitía ocupar tiempos libres en trabajos manuales, a veces muy duros, como socavar pozos estrechos y profundos para encontrar agua. Además era ayudante del P. Leandro en el numeroso colmenar. Dotado de hermosa voz, solía cantar en la escola durante los actos litúrgicos.

Era un compañero excelente, por lo que deducimos de sus cartas, a los monjes jóvenes, que escribe durante su estancia en Melilla en el servicio militar. Se desprende de sus escritos el gran amor que sentía por su Monasterio y su Comunidad. Cuenta que al partir para el servicio militar subió al camarín de la Virgen y no pudo menos que llorar con profundo sentimiento.

En 1936 estaba ya terminando los estudios de Teología. El 20 de julio, ante la situación enrarecida que se estaba creando, el P. Prior, en consejo con la comunidad, determinaron que los jóvenes profesos nacidos en la comarca, marcharan a sus casas.

D. Lorenzo tenía ya votos solemnes, pero se le encomendó acompañar a Rafael Lacambra, hasta su pueblo, Peralta de Alcofea, a pocos kilómetros de Barbastro, para poner a salvo en casa de los padres de este último, la documentación del Monasterio. Fueron ambos campo a través, para no ser descubiertos, y al dejar la extensa finca de El Pueyo, se arrodillaron de cara al mismo para implorar la protección de la Virgen.

A las cinco de la tarde ya se hallaban a las afueras de Peralta, y trataron de ir a casa de una hermana de Rafael, pero fueron descubiertos. Seguidamente se personaron en casa dos jóvenes preguntando por los frailes escondidos. Al registrarlos vieron que solamente poseían objetos de aseo, pues habían escondido los breviarios que llevaban consigo.

Los familiares de Rafael estaban muy preocupados por la vida de ambos, y hubo quien les aconsejó que se marcharan, pues pretendían fusilarlos, por ser religiosos. Mas ellos, creyendo haber cumplido con su deber, aceptaron lo que pudiera sobrevenir. Permanecían en el sótano de la casa, teniendo que hacer la oración a la luz de un candil.

El día 21, y con las primeras ejecuciones en Peralta, como telón fondo, el Comité volvió a hacer una visita a nuestros jóvenes monjes y como “no querían zánganos”, mandaron a Lorenzo a hacer trincheras para la defensa del lugar. Así pasó ocho días con los Lacambra, hasta que, el Comité le ordenó que dejara el pueblo por ser forastero.

Rafael quiso acompañarle, pero Lorenzo no se lo permitió. Se despidieron a las tres de la madrugada, y al abrazarse Lorenzo pronunció las siguientes palabras: “Le dirás a mi padre que su hijo ha muerto sin miedo, y que mi último grito al ser fusilado va a ser ¡Viva Cristo Rey!” Dos jóvenes le acompañaron en la salida del pueblo.

Una señora declara haberle oído decir: “Me presentaré en el Mesonet (casa de campo del monasterio) y allí me darán noticias. Si los monjes han huido, lo haré yo; si los han cogido iré con ellos a correr la misma suerte”.

El 2 ó 3 de agosto, sobre las ocho de la mañana, se presentó en el Mesonet, siendo calurosamente recibido por Antonio y Nieves (matrimonio que cuidaba la casa). Ellos le informaron de todo el proceso de la Comunidad. Debido a la vigilancia de los milicianos que estaban en El Pueyo, no quiso comprometer a los esposos y determinó presentarse al Comité de Barbastro para reunirse en la cárcel con la Comunidad. Y así lo hizo.

De esta forma, en aquellos primeros días de agosto, y para contento de todos, apareció inesperadamente en la prisión, acompañado por dos jóvenes armados. Todo fueron abrazos y lágrimas. Al fin estaba con los suyos, cansado pero en buen estado.

En el sufrimiento había madurado la idea de morir con la Comunidad a la que tanto amaba. Y fortalecido con la sagrada Eucaristía, fue feliz junto a sus hermanos, esperando serenamente la muerte, a la temprana edad de veinticinco años.

Sus deseos se hicieron realidad el 28 de agosto, pues en las primeras horas, murió fusilado, en compañía de sus hermanos de Comunidad, y como ellos fue enterrado en el cementerio de Barbastro.

 

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