16 Dom Rosendo Donamaría“Cantaré y tocaré para el Señor” (Sal 26, 6).

D. Rosendo nació en San Martín de Unx (provincia de Navarra y archidiócesis de Pamplona), el 13 de noviembre de 1909. Vistió el hábito monástico el 27 de septiembre de 1926, en el Monasterio de Montserrat, a la par que su hermano gemelo lo hacía en Belloc (Francia) con destino a Australia. Emitió sus votos temporales el 29 de diciembre de 1927, y recibió el diaconado el 25 de septiembre de 1932. En el momento de su muerte estaba en espera de su próxima ordenación de presbítero.

Era joven y rubio, con una voz muy agradable, tanto es así, que ejercía de segundo director de coro, además de cuidar de los ensayos y participación litúrgica de los colegiales. Era un tanto austero con quienes tenían peor oído musical.

Conociendo la afición que tenía por la música, su padre, le regaló un violín, con el que hizo notables progresos en El Pueyo. Los días festivos, por la mañana, era frecuente oírle tocar aquel instrumento.

Su padre, para evitar que Rosendo estuviera más tiempo en el servicio militar en Pamplona, abonó al Estado la cuota correspondiente. Mientras estuvo en el cuartel, pasaba los fines de semana en casa de sus padres, y en su dormitorio se acondicionó un recogido lugar para la oración y reflexión. Siempre demostró tener una sólida vocación monástica.

De él, se conserva una carta suya dirigida a otro monje que se hallaba en el servicio militar. Presenta rasgos bien definidos y bellos, sin afectación. En ella le cuenta vivencias del Monasterio.

Los días 19, 20 y 21 de julio, D. Rosendo, al igual que un grupo numeroso de monjes, permaneció en casa sin salir al campo, lo cual confirma su serenidad y valentía. Es cierto que se hallaban juntos unos cuantos jóvenes. En esa paz y serenidad se mantuvo durante el periodo carcelario, y así iría también al fusilamiento, acompañado de sus hermanos.

Estando en la cárcel, y previendo que dejarían libres a los colegiales, dijo a uno de éstos: “Di a mi padre y a mis hermanos que no pasen pena por mí, que muero contento”. Su padre con emocionado orgullo, afirmaría después: “Sabía que iba a morir y tuvo el valor de consolarnos; ¡Qué hijo!”

En la prisión solía a veces prolongar las vigilias con el escolapio Santiago Mompel y el P. Ramiro, para poder ver, desde la ventana, a los presos que sacaban a matar.

Murió con el resto de la comunidad el 28 de agosto, en las primeras horas, tras una “vía dolorosa” común a todos, que les debió recordar la de Jesús. Fue enterrado con el grupo de Comunidad en el cementerio de Barbastro.

 

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