Del 3 al 6 de setiembre recibimos en nuestro Monasterio a los alumnos de los dos últimos cursos del Bachillerato Humanista Alfredo Buffano, perteneciente a nuestro Instituto, con sede en San Rafael, Argentina. Eran unos 20 alumnos, más algunos preceptores y padres que los acompañaban. Desde aquí pudieron peregrinar a varios lugares cercanos como El Pilar, Lourdes, Barbastro y la Carrodilla. Para nosotros es una gran oportunidad de vivir un aspecto fundamental de nuestra vida, la acogida de los peregrinos; y también una posibilidad concreta e importante para predicar con la palabra y los gestos, la alegría de consagrarse a Dios.
Del 7 al 9 de setiembre pasaron también por nuestro Monasterio-Santuario las alumnas del Colegio Isabel la Católica, también desde San Rafael, Mendoza, Argentina. Acompañadas por algunas hermanas del Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, quienes están a cargo de la Institución educativa.
Publicamos la prédica dedicada a los jóvenes estudiantes de Argentina, que nos visitaron durante la primera semana de setiembre:
“¿Qué es un monje?”
Introducción: Me pidió el padre Miguel que les diga unas palabras, y sobre todo intentaré ser breve… que en este lugar hablan más y mejor las piedras, las imágenes y los huesos de nuestros queridos beatos.
Les quería hablar de la vocación monástica… no para que todos se hagan monjes (aunque si alguno quiere, están las puertas abiertas), sino especialmente para que puedan valorar un poco la vida monástica en la Iglesia y especialmente para recen por nosotros, así cumplimos mejor nuestra misión.
1-Sucesores de los mártires: No se puede hablar de los monjes sin hablar de los mártires. Y menos aquí en este Santuario de la Virgen del Pueyo: monástico y martirial a la vez.
Los monjes, históricamente hablando, son los sucesores de los mártires.
En el nacer de la Iglesia, el ejemplo de los mártires inspiró el florecer de los primeros grandes movimientos monásticos de los siglos IV y V. Constantino, con su conversión en el año 313, puso fin a la época del martirio, y el monacato ocupó su lugar. Escribía bellamente un autor: “A través de su rigurosa separación del mundo, el monje trata de abrazar plenamente el Evangelio, de preservar intacto, en condiciones de vida diferentes, el testimonio fiel y generoso del martirio, bajo una forma menos clamorosa pero prolongado durante toda la existencia. Primero las sangrientas persecuciones y después la vida monástica hicieron a los cristianos conscientes de la necesidad de vivir en el mundo como si no se viviera en él…”[1].
Entonces, volvemos a la pregunta del principio: ¿Qué es un monje? Un monje es un enamorado de Jesucristo, que desea ser mártir, o sea, dar la vida por El. Y como la gracia del martirio cruento no se concede a todos, ni en todos los tiempos… el monje vive el martirio incruento; así lo expresaba un padre de la Iglesia de los primeros siglos: “Hay dos tipos de martirio: uno del alma, otro del cuerpo; uno manifiesto, otro oculto. El manifiesto tiene lugar cuando se mata el cuerpo por amor a Dios (como pasó con nuestros queridos beatos); el oculto, cuando por amor de Dios se arrancan los vicios (en la abnegación y entrega del alma a Dios por los votos religiosos)”[2].
2- El monje, hombre de solo Dios.
También podemos explicar qué es un monje según la etimología y origen de su nombre, que viene del griego “monos: solo”. Así el monje es el hombre que busca y ama la soledad, pero no por sí misma, sino para dedicarse, como único y principal objetivo de toda su vida, a “solo Dios”.
El santo hermano y monje trapense de nuestro siglo, Rafael Arnaiz escribía:
“¡Dios!… He aquí lo único que anima, la única razón de mi vida monástica.
Dios, para mí, lo es todo; en todo está y en todo le veo. ¿Qué me interesa la criatura?, ¿y yo mismo?… ¡Qué loco estoy cuando de mí me ocupo, y qué vanidad es ocuparse de lo que no es Dios!”
Uno de los primeros monjes y maestros monásticos de la historia, San Macario, decía: “El monje se llama monje porque día y noche conversa con Dios, no ocupa la imaginación más que en cosas de Dios y no posee nada sobre la tierra”.
El mismo autor, en una homilía: “Se llama monje por cuanto invoca a Dios con oración incesante, a fin de purificar su espíritu de los numerosos e importunos pensamientos, y para que su espíritu llegue a ser monje en sí mismo, sólo delante del verdadero Dios, sin acoger jamás los pensamientos que provienen del mal…”[3].
Ese es el sentido de su capucha, que termina apuntando hacia arriba… hacia Dios, como mostrando el fin y sentido de toda su existencia.
3- El monje, sostén del mundo y pararrayos de la ira de Dios[4].
(Están discutiendo Tértulo y Equicio, dos romanos que quieren llevar a sus hijos a Subíaco, el monasterio fundado por San Benito)
-¡Qué pena que un hombre así (están hablando de San Benito de Nursia, padre del monacato occidental) se haya apartado del mundo y se haya refugiado en la soledad con un puñado de monjes en vez de aspirar a un alto cargo!… pero mira, vuelven a cantar…
-tal vez eso sea más importante.
-¿los cánticos?
-Sí. Eso les mantiene en estrecho contacto con Dios. Y atraen a otros muchos. Cantan con el corazón, esos hombres… creo que al hacer lo que hacen sostienen el mundo…
-¿qué diablos quieres decir?- preguntó asombrado Tértulo.
-Senadores corrompidos, godos asesinos, comerciantes ladrones, bandidos, truhanes, adúlteros, prostitutas… ¿por qué iba Dios a mantener en la existencia a un mundo así?… Pero, de pronto, un hombre llamado Benito decide organizar una especie de república en la que todo se haga de cara a Dios, en medio de una corriente constante de alabanza que se manifiesta, entre otras cosas, en estos cánticos; una república en la que sus ciudadanos no poseen nada y lo tienen todo… Como comprenderás, no podía organizar una cosa así en el Palatino o en plena Suburbia… Era preciso buscar un lugar apartado y tranquilo; pero sigue estando en la tierra, en este mundo, y esos cánticos que elevan esos hombres a Dios son como las cuerdas vibrantes de una lira, que unen la tierra y el cielo.” (Louis de Wohl, Ciudadelas de Dios, p. 209)
Lo dice muy claro nuestra regla: “Nuestros monasterios de vida contemplativa deben ser imanes de la gracia de Dios y pararrayos de su ira. ¡Ojalá pudiésemos multiplicarlos por todo el mundo! ‘La Iglesia y el mundo… necesitan… de una pequeña sociedad ideal donde reina, como fin, el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de su buen empleo, la prevalencia del espíritu, la paz, en una palabra, el Evangelio’”
Conclusión: Nos toca suceder de nuevo a los mártires, ellos nos trajeron aquí.
Un obispo español, auxiliar de Madrid, nos decía en una conferencia hace poco tiempo: “El siglo XX ha sido el siglo de los mártires (…) y el Papa San Juan Pablo II ha sido, sin duda, la figura profética que ha puesto sobre el candelero la luz de los mártires del siglo XX (…) merece bien el título de “Papa de los mártires del siglo XX”, como aquel otro papa de la antigüedad, San Dámaso, fue llamado “el papa de los mártires” por el lugar central que les dio a los mártires de Roma en la devoción y el culto de la Iglesia de los primeros siglos (…) celebró en 1987 la primera beatificación de mártires de la persecución de los años treinta en España: la de las carmelitas descalzas de Guadalajara. Habían pasado ya cincuenta años desde su martirio. Desde entonces, hasta la última beatificación, celebrada en Tarragona el pasado día 13 de octubre, el número de los mártires de España que han alcanzado al gloria de los altares asciende a 1523, de los cuales 11 son santos y 1512 beatos”.
(continúa en el artículo mencionando cifras de mártires de todo el mundo: Rusia, Polonia, Alemania, Croacia, México, China, Vietnam, Corea y otras partes del mundo… cientos de miles).
…termina: “No cabe duda: el siglo XX ha sido el siglo de los mártires. Una gran persecución se desató contra los cristianos en todo el mundo y, particularmente, en Europa”[5].
Estamos en la época “post-martirial”, como en los orígenes del monacato. Tenemos la misión de ser mártires en el alma, inmolando nuestro corazón por amor a Dios, para la salvación de los hombres. Las coincidencias no existen… Dios en su providencia nos trajo a este Monasterio y Santuario un 30 agosto del 2009… la misma fecha en que celebramos la fiesta de nuestros beatos mártires del Pueyo. Ellos nos trajeron (nos lo dice muchas veces la gente… pero no hace falta, lo dicen los hechos); recen por el aumento de las vocaciones monásticas, y sobre todo, para que podamos cumplir con fidelidad la enorme misión que se nos encomendó, sucediendo en su puesto a estos 18 gloriosos testigos de la fe, en la entrega total a Dios por la vida monástica.
Nos encomendamos a la Virgen del Pueyo, Reina de los mártires.
P. Emmanuel Ansaldi, IVE
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[1] DON JEAN PROU, OSB, La clausura, 2011, p. 74.
[2] Rufino de Aquilea, citado por García Colombás, en Monacato primitivo, p. 31.
[3] Todo citado por Colombás.
[4] «He buscado entre ellos alguno que construyera un muro y se mantuviera de pie en la brecha ante mí, para proteger la tierra e impedir que yo la destruyera, y no he encontrado a nadie. Entonces he derramado mi ira sobre ellos; en el fuego de mi furia los he exterminado: he hecho caer su conducta sobre su cabeza, oráculo del Señor Yahvé» (Ez 22,30-31).
[5] Mons. Juan A Camino, “mártires del siglo XX y nueva evangelización”.