Primeras Misas en el Monasterio del Pueyo

El sacerdocio es un gran misterio, que nunca agotaremos y que nunca dejará de sorprendernos. En mi escasa vida sacerdotal, me ha llamado la atención un aspecto de este misterio, y es que desde que el 6 de diciembre, mis compañeros y yo, fuimos ordenados sacerdotes no hemos parado de celebrar “primeras Misas”… Primera Misa en el Seminario Mayor, la querida Finca, primera en el Monasterio, primera en el Menor, primera en los Conventos… primera Misa en mi ciudad cordobesa, primera en mi barrio, primera en la capilla donde me bauticé, primera donde tomé la Comunión… primera Misa en la casa de un hermano, primera en la casa de otro hermano…y finalmente, primera Misa en la tierra de misión, España la Grande. ¡Cuántas primeras Misas, y realmente todas “primeras”! Pero sin duda, que es para destacar esta primera Misa celebrada en el santuario de Nuestra Señora del Pueyo.

Contemos algo de nuestra llegada a España. El domingo 12 llegamos a tierras españolas los tres neosacerdotes monjes: el P. Esteban Olivares y el P. Néstor Andrada destinados al monasterio Nuestra Señora del Socorro, Tenerife, y quien escribe, el P. Tristán Gelonch destinado al Monasterio de Nuestra Señora del Pueyo, Barbastro. Los tres arribamos al Monasterio del Pueyo, y un par de días después, el P. Esteban y el P. Néstor siguieron su camino hasta Tenerife. En los días que compartimos, aprovechamos para conocer algunos lugares de los alrededores, el santuario de Torreciudad, la ciudad medieval de Ainsa, el castillo de Javier, cuna de San Francisco Javier, la Catedral de Pamplona. Fuimos a visitar a los monjes benedictinos del Monasterio de Leyre, que fueron lo que llevaron adelante la causa de beatificación de nuestros mártires del Pueyo. Finalmente el miércoles fuimos a saludar a nuestra Madre del Pilar, en Zaragoza, y pudimos concelebrar junto al “pilar”. Como una delicadeza de nuestra Madre, se nos permitió besar su imagen, y bajo su amparo pusimos nuestra misión. Por la tarde fuimos al museo de los beatos mártires de Barbastro, el seminario mártir que nos protegió en nuestra formación. Realmente impresionante.

Al finalizar la misa se realizó el tradicional «besa manos».

Pero ¿y la primera Misa? Justamente, el miércoles, al volver de Barbastro, tuvimos nuestra Primera Misa en el Santuario de Nuestra Señora del Pueyo, celebrada sobre los restos de los Beatos mártires benedictinos de nuestro monasterio. La celebración fue presidida por el P. Esteban y concelebrada por todos los demás miembros de la comunidad, y contó con la asistencia de varios de nuestros devotos de la Virgen del Pueyo. En el sermón el P. José Giunta nos recordó a los neosacerdotes aquellas palabras del Pontifical que se nos dijeron al entregarnos el caliz y la patena en nuestra ordenación “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Antes de la bendición final, El P. Néstor hizo una sencilla y profunda acción de gracias, y luego de finalizada la Misa se realizó el tradicional rito del “besamanos”. Los fieles estaban realmente impresionados y muy alegres, sobre todo por la presencia de nuevos sacerdotes jóvenes, pues el clero de esta diócesis es de edad avanzada.

Podemos preguntarnos que tuvo de especial esta Misa para destacarla. El hecho de celebrar junto a las reliquias de los beatos mártires del Pueyo es algo impresionante, pero no es eso lo que quiero destacar. Es cierto que esta Misa no tuvo la asistencia multitudinaria de la primera Misa en la Finca, ni el vuelo musical de la polifonía, ni la emoción de celebrar junto a nuestros familiares o en nuestro lugar de origen… Pero tuvo algo mucho más importante.

Esta fue nuestra primera Misa en la misión, fue esa Misa para la cual nos preparamos como misioneros, para la cual nos llamó Dios desde su eternidad a colaborar con su obra salvadora en esta familia religiosa misionera del Verbo Encarnado. Y por eso esta Misa se nos debe hacer inolvidable y digna de ser destacada. Y fue realmente una primera Misa. Porque aunque todas las Misas del mundo son una representación, una actualización de la única Misa celebrada por Nuestro Señor Jesucristo en su Pasión, al cambiar el tiempo, el espacio, los ministros, los asistentes, las intenciones,…,cada celebración eucarística se hace singular y única. Esta interacción entre lo eterno y lo temporal es lo que nos ha permitido celebrar muchas primeras Misas. Y si nos emocionamos celebrando por primera vez en el altar de nuestro seminario, por ser la casa donde nos formamos, ¡cuánto más importante es esta primera Misa en el lugar de misión!, pues para llegar aquí es que pasamos por allí.

Que el Señor nos conceda a todos los sacerdotes del Instituto vivir celebrando infinitas primeras Misas en nuestras misiones, admirándonos siempre del amor de Jesucristo, que quiso multiplicar sacramentalmente su sacrificio Redentor, para que por medio de nuestras manos llegue la salvación a todos los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

Termino con un párrafo excepcional de nuestro querido Beato Juan Pablo Magno:

«En este don (La Eucaristía), Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos. Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio» (Ecclesia de Eucharistia 5).

Unidos en el Verbo Encarnado,

P. Tristán Gelonch Villarino, IVE